Au Loong-Yu es un veterano activista político de Hong Kong con una larga experiencia en la lucha por los derechos laborales. Autor de China’s Rise: Strength and Fragility y Hong Kong in Revolt: The Protest Movement and the Future of China, Au Long-Yu vive actualmente en el exilio. En esta amplia entrevista, habla de la condición de China como potencia global y sus implicaciones para la paz y el activismo de solidaridad.
Uno de los principales retos que afronta la izquierda es el de aclararse sobre la condición de China dentro del sistema capitalista global. El ascenso meteórico de este país ha llevado a muchas personas a preguntarse si sigue formando parte del Sur global o se ha convertido en un país imperialista. ¿Cómo debemos calificar la condición actual de China?
La cuestión es que en las tres últimas décadas China no ha sido un país típicamente tercermundista. Si hace 40 años era una sociedad en gran medida campesina, hoy el 60 % de la población vive en ciudades y el país está plenamente industrializado. En sus fábricas se producen bienes básicos y de alta gama. A resultas de ello, China ha cruzado el umbral para pasar a ser un país de renta media-alta con arreglo al Banco Mundial. Ahora bien, al mismo tiempo hay 600 millones de habitantes que perciben un ingreso mensual medio de tan solo 140 dólares.
China comprende muchos elementos simultáneamente, lo que le confiere un carácter único. Si solo se observa el PIB por habitante o la renta mensual media, cabría pensar que forma parte del Sur global. Sin embargo, no hay un único indicador métrico o económico que pueda darnos una respuesta definitiva sobre la condición del país. La China de hoy todavía tiene elementos propios de un país tercermundista, pero la importancia de estos elementos ha disminuido con el tiempo. No podemos despreciarlos, pero siguen siendo elementos definitorios de la condición del país. Para llegar a alguna conclusión útil hemos de contemplar el país en su conjunto, calibrando todos los elementos.
Pero si China ha dejado de ser un típico país en vías de desarrollo, ¿significa esto automáticamente que debemos calificarlo de imperialista?
La condición de China es compleja y embrollada. No existe ninguna respuesta tajante, más bien sería sí y no. Califico a China de país imperialista emergente: una potencia regional muy fuerte con alcance global. Tiene la intención y la capacidad para dominar países menores, pero todavía no ha consolidado su posición en el mundo.
¿Por qué esta definición? Bueno, comencemos por los rasgos básicos del imperialismo. El análisis de Lenin necesita actualizarse, especialmente desde el periodo de descolonización de la posguerra. Pero si tomamos a Lenin como punto de partida, él se refiere al grado de monopolio, a la fusión del capital industrial y bancario, a la formación del capital financiero y al nivel de exportación de capitales como características definitorias del imperialismo. Si aplicamos estos criterios a China, todos están presentes de una manera muy significativa.
Por ejemplo, justo ahora estamos viendo cómo vuelve a estallar la burbuja inmobiliaria. A menudo se pasa por alto el hecho de que la megaburbuja del mercado inmobiliario solo existe gracias a la privatización de suelo urbano que pertenecía al Estado (o mejor dicho, la venta del derecho de uso del suelo). El régimen del suelo público determina asimismo quiénes son los protagonistas del mercado: ayuntamientos, bancos (en su mayoría públicos) y promotores. Juntos han formado una alianza de capital financiero basado en el suelo para facilitar el enriquecimiento de la burocracia y sus socios y amiguetes del sector privado.
Mientras que en otras partes del mundo la lógica imperialista viene impulsada por el capital privado con el apoyo del Estado, en China el Estado y el capital estatal son los protagonistas. Esto es así a pesar del hecho de que el sector privado representa más de la mitad de la economía. Se podría objetar que “si los centros de mando de la economía están monopolizados por empresas públicas, quiere decir que se hallan bajo propiedad social o estatal, lo cual es una característica del socialismo o, como mínimo, la propiedad estatal es un baluarte frente al capital privado ávido de beneficio”. Sin embargo, no hay que olvidar que hace mucho tiempo Friedrich Engels se burló de quienes pensaban que los regímenes de propiedad estatal establecidos por Bismarck eran propios de una sociedad socialista. En realidad, la propiedad estatal y la propiedad social son cosas muy diferentes.
El Estado chino es depredador y está totalmente controlado por una clase explotadora cuyo núcleo central es la burocracia del Partido Comunista Chino (PCC). Para mí, esta clase explotadora es una burocracia estatal aburguesada, lo que significa que tenemos en China una especie de capitalismo de Estado, pero que merece un calificativo propio. En mi opinión, el de capitalismo burocrático es el término adecuado para calificar el régimen chino, pues capta el rasgo más importante de este capitalismo: el papel central de la burocracia, no solo en la transformación del Estado (de un Estado hostil a la lógica capitalista ‒aunque nunca genuinamente comprometido con el socialismo‒ a otro plenamente capitalista), sino también enriqueciéndose ella misma al combinar el poder de la coerción con el poder del dinero.
Esta fusión redobló el ímpetu de la dinámica de la burocracia a favor de la industrialización y la inversión capitaneada por el Estado en la construcción de infraestructuras. Por eso la restauración del capitalismo en China, impulsada por el Estado y el PCC, vino acompañada de una rápida industrialización, en contraste con la caída de la Unión Soviética. Y esto explica también por qué las empresas estatales chinas están controladas en la práctica por la burocracia del partido, que gracias a su control del poder deniega continuamente los derechos fundamentales de la clase trabajadora a organizarse. En el plano operativo, estas empresas pertenecen a diferentes sectores y camarillas de la burocracia, a menudo mediante pactos secretos.
Vale la pena recordar dos cosas. En primer lugar, la China imperial también se caracterizó por su burocracia, hasta el punto de que algunos sociólogos consideran que China es una sociedad burocrática. El absolutismo del imperio solo fue posible porque sustituyó con éxito a la nobleza por burócratas leales en la administración del Estado. Cuando aumentaron las tensiones entre la burocracia y el emperador, es cierto que este último ganó batallas, pero la burocracia ganó la guerra, convirtiendo al emperador en su jefe nominal.
En segundo lugar, también conviene recordar la larga historia de empresas del Estado y gestionadas por el Estado en la China imperial. Gran parte de la riqueza generada por esas empresas fue a parar a los bolsillos de los burócratas que las administraban. Este aburguesamiento de un sector de la burocracia ya era visible en la China imperial; estuvo presente durante el régimen del Kuomintang (KMT) y volvió a aparecer en el PCC después de 1979, pasando a ser finalmente un rasgo dominante del capitalismo chino.
¿Presenta el Estado chino rasgos expansionistas, que son una característica común de las potencias imperialistas?
Como Estado capitalista burocrático fuerte, necesariamente conlleva un vigoroso imperativo expansionista, que no solo es económico, sino también político. Ten en cuenta que la exportación extensiva de capitales chinos, que suele darse en forma de inversiones a largo plazo, exige necesariamente que Pekín disponga de puntos de apoyo políticos globales para proteger sus intereses económicos. Esto favorece objetivamente una lógica imperialista para dominar países más pequeños y competir con los principales países imperialistas.
Pero también hay una lógica expansionista en el plano político. La humillación nacional que sufrió China durante más de un siglo bajo el colonialismo, de 1840 a 1949, llevó a las elites del PCC a apostar por el refuerzo del país a toda costa. El sueño de Xi Jinping debe interpretarse a la luz del chaoyingganmei (超英趕美, o sea, adelantar al Reino Unido y situarse a la altura de EE UU) de Mao Zedong. Aunque no debemos interpretar la consigna literalmente, los gobernantes ultranacionalistas chinos no aceptarán que el país siga siendo una potencia de segunda durante otro siglo. Esta ambición, fruto de la historia contemporánea de China y del nacionalismo han dominante en el partido, ha llevado a Pekín a tratar de influir políticamente a escala global. Pronto o tarde le llevará a buscar también el poder militar global, siempre que China logre consolidar su condición en el próximo periodo.
Ninguna discusión sobre China y el imperialismo puede centrarse exclusivamente en los aspectos económicos; al contrario, también ha de tener en cuenta el lado político. Los gobiernos contemporáneos, tanto del KMT como del PCC, han aspirado a recuperar el territorio y la influencia que tuvo la China imperial bajo la dinastía Qing. Mucho antes de que Pekín trazara la línea de los nueve puntos que delimita la zona que reivindica en el mar de China Meridional, el KMT ya planteó su línea de los once puntos sobre el mismo espacio. En este sentido, el PCC sigue la huella imperial no muy exitosa del KMT, con la única diferencia de que esta vez la cosa le ha ido mejor por ahora.
Centrándonos por un momento en los aspectos económicos, ¿significa esto que China no ofrece ninguna alternativa al imperialismo estadounidense ante los países del Sur global, como parece indicar su papel como defensora de un mundo multipolar?
No estoy de acuerdo con la idea de que China es una especie de alternativa para el Sur global. Basta observar lo que hizo cuando Sri Lanka no pudo devolver el préstamo que le adeudaba: China cobró la deuda ampliando su control sobre el puerto srilankés de Hambantota. Las empresas chinas, incluidas las de propiedad estatal, no actúan mejor ‒o incluso lo hacen peor‒ que las de cualquier otro país imperialista.
Pero es preciso que analicemos esta cuestión en dos niveles. Al igual que EE UU, China mantiene relaciones con la mayoría de países del mundo. Ninguna generalización permite explicar cada una de las relaciones que mantienen estos dos países con los demás, más aún en el caso de China, porque todavía no es un imperio global. Una crítica general del expansionismo chino no debe excluir que llevemos a cabo un análisis concreto de cada relación. Ante cada caso concreto debemos contemplar con escepticismo los actos de China, como los de todas las grandes potencias, pero también analizar la relación específica, prestando especial atención a las voces y los intereses de la población local. Solo si sopesamos tanto lo general como lo específico podremos juzgar desde fuera si China actúa correctamente o no.
Veamos, por ejemplo, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (NRS). Es posible que algunas de las inversiones de China en el extranjero al amparo de este proyecto beneficien a otros países, o por lo menos comporten más ventajas que daños. En tales casos, la opinión de la población local puede facilitarnos las información más relevante que necesitamos. Pero esto no significa que debamos renunciar a nuestra crítica general de la NRS. Cualquiera que sea el beneficio que pueda comportar un proyecto concreto, lo cierto es que la NRS parte de la lógica de la ganancia capitalista y de los intereses geopolíticos del régimen monolítico del PCC. En casos concretos puede que salgan ganando las dos partes, pero es sumamente improbable que esto sea válido para la mayoría de países receptores, independientemente de si la NRS acaba siendo un éxito o un fracaso para China.
En términos generales, la estrategia global de China iniciada a comienzos de siglo supone un claro retroceso con respecto a la anterior: de un tercermundismo relativamente progresista a la prioridad para los intereses comerciales de las empresas chinas y la influencia mundial de Pekín. Por mucho que la actuación china en los países en desarrollo no sea tan mala como la de los países occidentales, este cambio cualitativo con respecto a la promoción del desarrollo autónomo en el Tercer Mundo (como preconizaba Mao) para obtener ganancias a costa del Tercer Mundo es sin ninguna duda un paso atrás. Es más, la competencia con Occidente en torno a los mercados y recursos acelera necesariamente la carrera a la baja de los derechos laborales y la protección ambiental.
Visto todo esto, ¿puedes explicar brevemente cómo ves la condición de China en la actualidad?
Teniendo en cuenta todo esto y algunas cosas más, pienso que podemos decir que China es un país imperialista emergente. No está ni mucho menos consolidada como potencia imperialista, pero tiene el potencial de conseguirlo si se le deja hacer desde dentro y desde fuera durante un tiempo suficiente.
A mi juicio, el término de imperialismo emergente nos permite evitar determinados errores. Por ejemplo, hay quienes sostienen que dado que China y EE UU no están al mismo nivel, China no puede ser imperialista y hay que aplicarle la etiqueta de país en desarrollo. Este argumento impide captar la constante evolución de la situación dentro de China y en el mundo. Por ejemplo, el ascenso espectacular de China para convertirse en un país industrializado en menos de 50 años no tiene precedentes en la historia contemporánea.
Por eso debemos ser capaces de captar tanto el conjunto como las particularidades de China. Su potencial para convertirse en una potencia imperialista es inmenso. También es el primer país imperialista emergente que previamente ha sido un país semicolonial. Esto implica asimismo que tiene que abordar el problema de su atraso. Estos factores puede haber contribuido en parte a su ascenso, pero determinados aspectos siguen mermando su capacidad para desarrollarse de forma suficientemente eficiente y, sobre todo, de una manera más equilibrada.
El PCC tendrá que superar algunos obstáculos fundamentales antes de que pueda consolidar el país como país imperialista estable y sostenible. La camarilla de Xi sabe que antes de que China logre colmar su ambición imperial tiene que deshacerse de la carga del legado colonial y superar su atraso. De ahí que Pekín considere que la recuperación de Taiwán es un objetivo estratégico para su seguridad nacional. El hecho de que Taiwán haya estado separada de la China continental desde que fue ocupada por Japón en 1895 obsesiona al PCC.
Una vez más, las generalizaciones no nos ayudan tampoco en este caso a la hora de abordar el legado colonial de China. Hace falta un análisis concreto. No todo el legado colonial de China supone una carga para su desarrollo. Está el caso de Hong Kong. La autonomía de este antiguo enclave permite que la ciudad conserve su sistema legal británico, que sin duda es un legado colonial. China ataca el sistema legal en nombre de la seguridad nacional y del patriotismo. Sin embargo, desde el punto de vista de la gente, por muy defectuoso que sea el sistema legal británico, no deja de ser mucho mejor que el de China. Además, su abolición sería lesiva para los intereses colectivos del capitalismo burocrático. Es precisamente este legado colonial el que permitió a la ciudad convertirse en el centro financiero del que China sigue dependiendo hoy en día, no en vano la mitad de la inversión directa extranjera de China pasa por el centro financiero de la ciudad. Xi no puede cumplir su sueño sin el capitalismo autónomo de Hong Kong, al menos durante el próximo periodo.
Esto nos lleva a la contradicción más flagrante que sufre China actualmente. Xi quiere que el país dé un gran salto adelante en términos de modernización, pero simplemente no tiene los conocimientos o el pragmatismo suficiente para plasmar su sueño en planes coherentes y viables. La locura de pegarse un tiro en el pie en el caso de Hong Kong refleja el atraso cultural del partido; su incapacidad para establecer un mecanismo estable de sucesión en el poder es otro ejemplo. A la luz de la incapacidad del partido para modernizar su cultura política de lealtad personal y culto al líder podemos ver por qué la capacidad de China para consolidar su posición en el concierto de potencias imperialistas choca con dificultades.
¿Qué puedes decirnos sobre las acciones de China en el mar de China Meridional y cómo estas, en su caso, han contribuido a las crecientes tensiones y a la militarización de la región de Asia-Pacífico?
La línea de los nueve puntos trazada por China en el mapa del mar de China Meridional fue un punto de inflexión fundamental, pues supuso el comienzo de la expansión política y militar más allá de sus fronteras. En primer lugar, porque su reclamación carece de toda legitimidad. China, por ejemplo, también reclama las islas Senkaku, que le disputa Japón. En este caso podemos decir que la posición de China es más sólida, mientras que Japón no tiene ninguna base, tanto con arreglo al llamado derecho internacional como desde un punto de vista de izquierdas. Se trata lisa y llanamente de una reclamación imperialista por parte de Japón en alianza con EE UU. En cambio, China nunca ha controlado efectivamente toda la zona comprendida en la línea de los nueve puntos que reclama (excepto algunas islas, como la isla Paracelso). Su pretensión de anexionarse la mayor parte del mar de China Meridional no solo no está justificada, sino que expresa sus ambiciones hegemónicas en Asia, paralelas a sus ambiciones económicas globales que representa la NRS.
Hay quienes responderían que las acciones chinas en el mar de China Meridional son en gran medida defensivas y están destinadas a crear un espacio tampón frente a la militarización estadounidense en la región. ¿Te parece legítimo este argumento?
Creo que eso era cierto en el caso de las acciones de China anteriores a su reivindicación de la línea de nueve puntos. Incluso si aceptamos que China sigue actuando a la defensiva y que simplemente responde a la agresión estadounidense, eso no pasa por invadir enormes territorios que nunca pertenecieron a China y sobre los que los países vecinos tienen reclamaciones, incluidos algunos que fueron víctimas de la agresión de la China imperial durante cientos de años. Se trata de una invasión de las zonas económicas marítimas de varios países del sudeste asiático que no puede considerarse defensiva.
También cabe señalar que no existe una Gran Muralla que separe las acciones defensivas de las ofensivas, especialmente si tenemos en cuenta lo rápido que ha cambiado el contexto en China y a escala internacional. En la actualidad, Pekín tiene tanto la intención como la capacidad de iniciar una contienda global con Estados Unidos. Desde el punto de vista del interés colectivo de la burocracia, está claro que Xi ha abandonado prematuramente el consejo de Deng Xiaoping de “mantener un perfil bajo y esperar el momento oportuno”. Por supuesto, debemos seguir oponiéndonos al imperialismo y la militarización estadounidenses en la región, pero esto no implica apoyar o permanecer en silencio ante el imperialismo emergente de China. Lo cerca o lo lejos que esté China de equipararse a EE UU no es la cuestión decisiva a este respecto.
¿Cómo encaja Taiwán en las tensiones entre China y EE UU?
La cuestión fundamental al respecto es que la pretensión de China sobre Taiwán nunca ha tenido en cuenta los deseos del pueblo taiwanés. Este es el punto más importante. También está la cuestión secundaria de las tensiones entre EE UU y China. Pero estas tensiones no influyen directamente en la cuestión fundamental.
El pueblo taiwanés tiene un derecho histórico a la autodeterminación. La razón es sencilla: debido a su historia diferenciada, los taiwaneses son muy distintos de los de China continental. Desde el punto de vista étnico, la mayoría de los taiwaneses son chinos, pero hay minorías étnicas, conocidas como pueblos austronesios, que viven desde hace miles de años en amplias zonas del sudeste asiático, incluido Taiwán. El PCC nunca menciona este hecho; pretende que Taiwán siempre estuvo ocupado por China. Esto no es cierto: los pueblos indígenas han existido en Taiwán durante mucho más tiempo y sus derechos deben ser respetados.
En cuanto a los que son étnicamente chinos, en realidad se trata de dos grupos distintos. Alrededor del 15 %, una minoría absoluta, no se trasladó a Taiwán hasta 1949, tras la revolución china, mientras que la mayoría tiene antepasados que vivieron en Taiwán hace 400 años. Esto es muy diferente de Hong Kong, donde gran parte de la población está compuesta por chinos continentales que tienen parientes en China continental y siguen considerándola su patria. En Taiwán, la mayoría de los chinos no tienen ningún vínculo con la China continental, ya que esos vínculos se rompieron hace cientos de años. Taiwán es una nación independiente desde hace muchos años. Por tanto, tiene un derecho histórico a la autodeterminación.
La situación no es del todo equiparable, pero yo diría que lo mismo puede decirse de Hong Kong. No debemos olvidar que durante 150 años la trayectoria histórica de Hong Kong también fue muy diferente de la de China continental: nadie puede negar esto ni nuestro derecho a la autodeterminación. Cualquier izquierdista occidental que niegue esto o bien está desinformado o bien su pretensión de ser socialista es bastante discutible.
Es cierto que todo esto se complica ahora con las tensiones entre EE UU y China. En este sentido es similar a la situación ucraniana. También en ese caso hay quienes apoyan a Rusia o mantienen una posición neutral. En mi opinión se equivocan. No hay duda de que Estados Unidos es un imperio global que persigue su agenda en todas partes. Comprendo que algunos izquierdistas occidentales no quieran aparecer alineados con sus propios gobiernos imperialistas. Pero nuestro apoyo al derecho de autodeterminación de las naciones más pequeñas ‒siempre que lo defendamos de forma independiente‒ no tiene nada que ver con EE UU ni con China.
Apoyamos estas luchas basándonos en nuestro principio de oposición a la opresión nacional. Nuestros principios no deben verse comprometidos solo porque nuestra postura pueda coincidir ocasionalmente con la agenda de EE UU. Oponerse a la propia clase dominante no debería significar dar prioridad al odio que se le tiene sobre la resistencia de los pueblos a la opresión extranjera en otras partes del mundo. Ver la política de esta manera refleja en gran medida la arrogancia y, al mismo tiempo, la sensación de impotencia de cada uno en relación con su propia clase dominante.
¿En qué clase de campañas de solidaridad debería centrarse la izquierda en los casos de Taiwán o el mar de China Meridional?
Cualquier campaña de solidaridad con respecto a estas dos zonas ‒a las que yo añadiría Hong Kong‒ debería constar de tres puntos por lo menos: el respeto del derecho de los pueblos de Taiwán y Hong Kong a la autodeterminación; la falta de fundamento de la reclamación china de la línea de nueve puntos en el mar de China Meridional; y la responsabilidad de oponerse a la postura china recae, ante todo, en los pueblos de estas tres zonas y de los países circundantes. En cuanto a EE UU, debemos mantenernos escépticos sobre sus motivaciones, pero, de nuevo, cuando se trata de cuestiones concretas debemos sopesar todos los pros y contras de forma concreta, y sobre todo tener en cuenta los deseos de la población.
Por ejemplo, la cuestión de la compra de armas por parte de Taiwán a Estados Unidos: debemos ser conscientes de que todas las hipótesis sugieren que Taiwán no sería capaz de resistir una invasión china durante más de una semana y, en el peor de los casos, durante más de unos pocos días. Es evidente que Taiwán necesita comprar armas a Estados Unidos. Nada de esto significa que apoyemos los derechos de EE UU sobre Taiwán. La decisión debe estar en manos de los pueblos directamente afectados: la población de Taiwán, Hong Kong y el mar de China Meridional y su entorno.
En el contexto de su actitud belicista frente a China, dirigentes occidentales han tratado de avivar el nacionalismo y el racismo antichino. En respuesta a ello, algunos sectores de la izquierda han silenciado sus críticas a China para no contribuir a las campañas reaccionarias de sus gobiernos. ¿Cómo piensas que la izquierda de los países occidentales puede oponerse a la propaganda de sus gobiernos sin acallar sus críticas a China?
El quid de la cuestión es que la noción campista de antiimperialismo no solo es tibia, en el sentido de que únicamente ataca a los viejos imperialismos mientras pasa por alto los imperialismos emergentes, sino que también está centrada en el Estado. Sus preocupaciones se centran siempre en tal o cual Estado. Olvidan que nunca debemos dar prioridad a los Estados sobre la clase trabajadora, que es a quien le corresponde decidir, y esto incluye también los supuestos Estados obreros.
Los verdaderos socialistas deben centrarse en las personas. Si alguien se niega a ver cómo trata el PCC a la clase trabajadora china y se contenta con repetir la propaganda de Pekín o se niega a escuchar las voces de aquella, entonces yo diría que no es genuinamente socialista. Solo admiran a ciertos Estados, considerándolos una especie de baluarte contra su propio gobierno imperialista. Su impotencia les lleva a aplaudir a cualquier Estado extranjero que esté en desacuerdo con su clase dominante y a abandonar a quienes sufren la represión, simplemente para satisfacer sus propios anhelos psicológicos.
Pero nunca derrotarán a su propio nacionalismo apoyando o tolerando el nacionalismo han. Podemos apoyar, hasta cierto punto, el nacionalismo de las naciones oprimidas. Pero, hoy en día, los chinos de la etnia han no están oprimidos por ninguna nación extranjera; al contrario, están oprimidos por su propio gobierno. Por lo tanto, el nacionalismo han no tiene nada de progresista.
Además, la versión del patriotismo del PCC es una especie de etnonacionalismo, lo que lo hace aún más reaccionario. Busca una especie de dayitong (大一統, gran unificación) no muy diferente de la practicada por el fascismo, en la que los pensamientos de la gente deben someterse al control del gobierno y los libros que no promuevan los valores oficiales deben prohibirse. Guardar silencio sobre esta versión del nacionalismo han es olvidar la inmensa tragedia de los chinos de la etnia han ‒ahora oprimidos por sus propios gobernantes hasta el punto de que se burlan de sí mismos diciendo que son poco más que cebollas silvestres esperando a ser cosechadas por el partido de forma regular‒ y la brutal represión de las minorías.
Al apoyar o abstenernos de criticar a un Estado totalitario como China, estamos cavando nuestra propia tumba. Es una traición al internacionalismo básico y desacredita a la izquierda. El internacionalismo es, ante todo, solidaridad con las trabajadoras y los trabajadores de diferentes naciones, no con los Estados, y es sobre esta base sobre la que debemos juzgar las relaciones entre Estados, y no al revés.
11/Dic/2023
Publicado en Links el 02/12/2023
Traducción: viento sur
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