Más allá de Cheyne: la situación de los profesores de hora cátedra

Carta a estudiantes, docentes de carrera, funcionarios y demás miembros de la comunidad rosarista

En este momento histórico todas y todos tenemos el deseo compartido de buscar el bien común para lograr una mejor universidad. Sabemos que nuestros colegas profesores de carrera, nuestros estudiantes y todos los demás miembros de la comunidad rosarista son nuestros compañeros y aliados en este sueño. Les escribimos esta carta con el propósito de exponerles una perspectiva de primera persona sobre nuestra condición particular en la Universidad, pues sentimos que es necesario poner en su conocimiento y consideración especial ciertas singularidades de nuestra situación para que sean tenidas en cuenta más explícita e intencionalmente en nuestros esfuerzos colectivos.

Es claro que no todos los problemas de nuestra universidad se deben a la rectoría de Alejandro Cheyne ni son todos excepcionalmente graves en o exclusivos de la Universidad del Rosario. Debemos aprovechar este momento de reflexión para revisar también estos problemas y uno de los más graves es los abusos que, como Universidad en general y no una persona o grupo en particular, hacemos de la figura de profesor de hora cátedra.

Primero les mostraremos por qué las condiciones laborales de los profesores de hora cátedra son precarias: bajos salarios y alta inestabilidad laboral. Después discutiremos en qué sentido las universidades en general están abusando de una figura de contratación que no está diseñada para ser el pilar de las mismas y cómo esto afecta no sólo a los profesores de cátedra sino también a la universidad como tal y a sus estudiantes. Por último, mostraremos qué podemos hacer para aliviar la situación.

Precariedad laboral

Nuestra situación laboral es precaria en varios sentidos. En primer lugar, la compensación salarial es baja. Es cierto que, comparados con otras universidades del país, tenemos salarios “competitivos”, pero más allá de si los demás pagan peor que nosotros, podemos y debemos hacer más. Estos son los salarios actuales en las diferentes categorías:

A y B: $58.000 por hora C: $74.239

D: $96.446 E: $125.332.

No hay datos oficiales, pero por encuestas informales podemos estimar que más del 80-90% somos A, B o máximo C. Esto es de esperarse dada la política implícita, pero muy real, de minimizar la cantidad de cursos para profesores “caros” y después de varios años en los que cada vez es más común que la instrucción sea ahorrar dinero al no subirnos de escalafón aunque cumplamos los requisitos, como si se tratara de un favor y no de un derecho: comenzamos por no hacer revisión de escalafones semestralmente sino anualmente y ya van dos años, incluido el anterior, en los que se ha decretado que no se hará.

Hagamos cuentas: un profesor B que dicte un curso de 2 horas semanales está ganando $309 mil mensuales: $1’856.000 semestrales dividido entre 6 meses, porque, aunque las clases sean por 4 meses, los 2 meses de “vacaciones” también comemos y pagamos arriendo. Esto puede no parecer tan bajo por “sólo” 2 horas de clase, pero tengamos presente que detrás de esas horas de clase hay otras tantas de preparación del curso, calificaciones y retroalimentación, atención a estudiantes, realización de supletorios (que no nos los pagan) y hasta algunas labores administrativas como asistir a reuniones.

La respuesta usual es que no hay plata para más, pero hagamos cuentas otra vez. Supongamos que tenemos un curso de 25 estudiantes y que cada uno paga 10 millones de matrícula, o sea $250 millones, aunque la mayoría de cursos tienen más estudiantes (¡hasta 45!) y las matrículas son mucho más elevadas. Esos 25 estudiantes verán 18-19 horas semanales de clases durante 16 semanas, o sea unas 300 horas de clase por semestre. Si se pagaran a los 74 mil de categoría C (pero la gran mayoría no somos C), esas 300 horas de todo el semestre costarían unos $22.5 millones, o sea que con 2 estudiantes de los 25 se puede pagar el salario semestral de los 6-8 profesores que les dictaron clases. En otras palabras, menos del 10% de lo recaudado en matrícula es destinado a los salarios de quienes dictan las clases.

Sabemos que no todos los cursos son dictados por profesores de cátedra (sólo más del 70%, como ya veremos) y que hay gastos adicionales a la labor docente, como el mantenimiento de la infraestructura, aseo y vigilancia, servicios administrativos, etc. Sin embargo, creemos que cualquier estudiante, madre, padre o acudiente se sorprendería e indignaría al saber que menos del 10% de lo que paga de matrícula va para el salario

de quienes dictan las clases de sus hijos, que es lo que se supone que están pagando principalmente. Se supone que la razón de ser de los servicios administrativos es posibilitar la labor docente, pero los números muestran una relación de dependencia inversa.

Un segundo problema es la inestabilidad laboral. Si se le pregunta a los profesores de cátedra si nos sentimos valorados y parte de la institución, muchos (no todos, claro) diremos que nos sentimos tratados como profesores de segunda categoría fácilmente reemplazables. Creemos que tan solo este sentimiento ya debería ser motivo de preocupación. Pero el sentimiento está respaldado por hechos que demuestran nuestra vulnerabilidad.

Por ejemplo, las medidas tomadas para manejar la pandemia (que no es lo mismo que la pandemia misma) dejaron sin trabajo a 356 profesores, 91% de los cuales eran de cátedra. Además, quienes quedamos, pasamos de una carga de 3-5 cursos semestrales, a 1 o máximo 2, lo cual significó una reducción proporcional en el salario. Se justificó esto alegando que la pandemia bajó el número de estudiantes, pero la deserción fue menor: aunque no hay datos públicos para 2020, se sabe que en 2019-1 se matricularon 1.222 estudiantes y en 2021-1, 1.085. Por supuesto, sabemos que para nadie fue fácil la pandemia y que los profesores de carrera también se vieron afectados con el incremento a 3 cursos semestrales. Sin embargo, no podemos comparar tener un aumento del 50% en la carga laboral con ser despedidos o tener una reducción del 80% en el salario. En 2020 hubo un despido masivo de profesores de cátedra simplemente porque era posible no renovarnos el contrato para ahorrar dinero.

Pero aun en situaciones normales, la estabilidad es nula para nosotros. Por estas fechas usualmente ya tenemos programados cursos para el próximo semestre, pero quedamos en incertidumbre hasta que los estudiantes matriculen cursos una semana antes de comenzar clases para ver si hay “suficientes” estudiantes para alcanzar el “punto de equilibrio”, que normalmente es más de 15, aunque ya vimos que con 2 o 3 alcanzaba y sobraba. De hecho, incluso si un curso tiene suficientes estudiantes, todavía existe la posibilidad muy real de que nos lo quiten para reasignarlo a un profesor de carrera a quien se le cerró el suyo y debe completar su carga docente.

¿Pueden imaginarse la ansiedad que produce no saber cuánto será nuestro salario hasta que ya van a comenzar clases? Si nos cierran un grupo, nuestro salario se reduce en un 30 o 50% cuando ya es demasiado tarde para buscar alternativas, porque nadie está contratando profesores en ese momento. O sea que terminamos reservando nuestro tiempo (lo cual implica rechazar otras ofertas) y trabajando durante “vacaciones” para preparar una clase que finalmente no dictaremos.

La contratación no tan ocasional de profesores “ocasionales”

Recordemos que un profesor de carrera o planta tiene un contrato a término indefinido, por tiempo completo o medio tiempo, mientras que un profesor de cátedra es contratado sólo para cursos particulares en semestres particulares. Disponer de profesores de cátedra tiene sentido en dos escenarios, que a veces coinciden:

  1. cuando necesitamos ofrecer asignaturas especializadas para las cuales no es posible o viable tener profesores de planta siempre disponibles y
  2. cuando queremos que un profesor nos acompañe en un curso, pero no puede o no quiere adquirir un compromiso permanente con la universidad, por ejemplo porque tiene otro trabajo (quizá es profe de planta en otra institución, o es un experto fuera de la academia, como un magistrado, un cirujano, etc.).

Es decir, puesto que ni las universidades pueden tener profesores de carrera para todas las asignaturas posibles ni todas las personas ideales para un curso tienen la disponibilidad para perseguir una carrera de profesor universitario, la figura de hora cátedra nos permite la flexibilidad para, en casos como estos, contratar a la persona indicada para el curso indicado, sin compromisos más allá de este puntual. Disponer de la figura de hora cátedra, entonces, no sólo está bien sino que es hasta necesario.

El problema es que las universidades, en general, hace mucho tiempo abusan de esta figura. En vez de tener las obligaciones financieras y contractuales que implica contratar un cuerpo docente adecuado, han dispuesto de profesores de cátedra como mano de obra barata y desechable: entraron en la gig economy incluso antes que Uber y Rappi #AdelanteEnElTiempo.

Las universidades dependen fundamentalmente de los profesores de cátedra. En nuestra universidad desde hace años el porcentaje de profesores de hora cátedra sobrepasó el 70% de la planta total y en otras universidades incluso supera el 90%. Asumiendo que cada profesor dicte el mismo número de asignaturas (aunque hay profesores de cátedra que dictan hasta 9 cursos semestrales), esto implicaría que más del 70% de los cursos son dictados por profesores de cátedra, lo cual concuerda con la experiencia usual de los estudiantes de tener 5 o 6 profesores de cátedra por semestre y máximo 2 de carrera.

La contratación por hora cátedra se volvió la regla y no la excepción, a pesar de que en principio está pensada para los casos puntuales vistos arriba. Si la principal actividad de las universidades es la docencia, no se explica por qué la gran mayoría de clases se pagan a destajo a profesores “ocasionales” en vez de contar con la planta de trabajadores adecuada para llevarla a cabo idóneamente. El uso desmesurado de esta figura contractual perjudica principalmente a quienes tenemos vocación docente, pues nos hemos visto forzados por años a jugar a “arma tu propio medio tiempo a punta de cursos de cátedra en un par de universidades”, con todo lo que esto implica para nuestro desarrollo profesional y proyectos de vida personales. Pero hay consecuencias negativas también para la universidad en general y los estudiantes en particular.

Primero, el sistema crea incentivos perversos que hacen que las clases no sean lo mejor posible. En vez de eso, el sistema recompensa que las clases sean lo más

“taquilleras” posibles: si eres un muy buen profesor pero exigente, rápidamente correrá la voz de que mejor no metan clase contigo, lo cual afectará cuántos cursos te asignen y cuántos de estos se abran. Se vuelve un concurso de popularidad y por eso el éxito de páginas web y grupos de redes sociales en donde los estudiantes “califican” a los profesores y recomiendan con quién es más fácil ver una asignatura.

Segundo, bajo esta figura no se estimula la actualización, la producción académica y la innovación pedagógica, sino que en ocasiones incluso son castigadas. Por ejemplo, realizar posgrados es castigado con reducción en las horas, porque al subir en el escalafón “salimos más caros”. Iniciativas como actualizarse, investigar y publicar, crear grupos de estudio e incluso mejorar los cursos dictados se hacen a pesar de las condiciones laborales: sacrificando tiempo y esfuerzo personales no remunerados, a sabiendas de que puede ser en vano, porque ni siquiera se tienen las garantías de seguir en los cursos o en la institución.

Por último, todas estas condiciones impiden la creación de una planta docente idónea, al generar una fuga de cerebros, que afecta la calidad de la educación que impartimos: es usual que profesores muy buenos abandonen nuestra universidad (a veces en medio del semestre) e incluso la academia, pero no por falta de calidad, compromiso o vocación, sino porque nos vemos forzados a buscar opciones más estables, a pesar de que amamos dictar clases en esta universidad.

¿Qué podemos y debemos hacer?

La solución a todo esto es doble:

  1. mejorar las condiciones laborales de los contratos de hora cátedra e
  2. incorporar de manera más estable a los profesores de cátedra actuales que tengan mayores cargas y antigüedad.

Lo primero implica, como mínimo, una mejora en los salarios y garantizar más transparencia y planeación en la contratación, por ejemplo, semestralizando otra vez la evaluación del escalafón y haciendo preinscripciones para tener claridad sobre la oferta académica con mayor anticipación. Lo segundo implica que aumentemos la cantidad de profesores contratados bajo figuras más estables, por ejemplo, haciendo un uso amplio de la figura de profesores de docencia, que actualmente existe, pero principalmente sólo en papel.

Instamos a nuestros estudiantes y colegas profesores de carrera que en esta lucha por proteger y mejorar la universidad en general, nos tengan en cuenta a los profesores de cátedra de manera explícita e intencional, para que el cambio sea profundo, sustancial y permanente.

Suscribimos esta carta las y los siguientes profesores de cátedra, actuales y previos, enlistados en orden alfabético, más 7 profesores que prefieren permanecer anónimos:

Alejandro Farieta
Alejandro Velasco García
Alfonso Javier Lozano Valcárcel
Andrés A. Quiñones Vásquez
Ángela Álvarez Vélez
Camilo Ordóñez-Pinilla
Carlos Andrés Alberto Suárez
Carlos Muñoz Serna
Carolina Angulo Orozco
Clara Catalina Hidalgo Nieto
Cristian David Molina Cruz
Daniel Preciado Camargo
David Castañeda Ayala
Derly Sanchez Vargas
Emmanuel Quiroga Rendón
Fabio Fang
Ginna Santisteban
Henry Alexander Gómez
Itayosara Rojas Herrera
Jessica Neva Oviedo
Jorge Iván Rodríguez Peña
Jorge Maldonado
José Luis Duarte Rodríguez
Juan Raúl Loaiza Arias
Julián Alberto Cubillos Ocampo
Julián Eduardo Guzmán Rey
César Augusto Duque Sánchez
Julián López de Mesa Samudio
Juliana Gutiérrez Valderrama
Julio Durán Montoya
Laura Alejandra Buenaventura
Laura Alejandra López Pineda
Laura Alejandra Mojica López
Laura Victoria Bolaño Pérez
Lina Marcela Cáceres Castellanos
Lorena Andrea López Barrera
Luis Humberto Libreros Bedoya
Luz Helena Di Giorgi
Margarita Martínez Osorio
María Mónica Parada Hernández
María Sué Pérez Herrera
Martha Moreno Fernández
Óscar Daniel Hernández Quiñones
Paula Ronderos
Raúl Motta Durán
Sandra Daniela Rojas Castillo
Sharon Rojas Yacamán
Sofía Pérez Gil
Uriel Alberto Cárdenas Aguirre
Víctor Manuel Hernández López
Viviana Valeria Vallana Sala
Yan Ernesto Martínez

Información adicional

Universidad del Rosario:
Autor/a: Varios
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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