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Siglo XVIII: Motines, protestas, revueltas e insurrecciones

Antecedentes del desmoronamiento del dominio español en América Latina (II)

Con base en: Siglo XVIII: El colonialismo español ante el inconformismo social. Motines, protestas, revueltas e insurrecciones. Texto inédito de Gustavo Quezada.

Mientras en Europa la muerte del feudalismo daba paso al capitalismo, y con éste a una transformación de las formas económicas, políticas, sociales, técnicas, culturales, dominantes, en el Nuevo Mundo la vida dejaba atrás la pasividad y daba paso a miles de voces y protestas para pedir fin de los monopolios, libertad de comercio, menos impuestos, abolición de la esclavitud, regreso a las formas indígenas de vida y sociedad, e incluso fin de la monarquía. Los levantamientos y protestas sucedían sin coordinación pero reflejaban la inconformidad que será antesala de protestas e insurrecciones que golpearían la Colonia. Los hechos muestran que la Colonia no fue tan bondadosa ni tan tranquila como se dijo.


 
La inconformidad era atizada por un conjunto de medidas tomadas allende los mares, urgidas algunas por la creciente demanda de recursos frescos que reclamaban los ejércitos trenzados en guerras imperiales y de conquista, o por el derroche de los monarcas y sus cortes. Más oro y mano de obra para sostener la clase ociosa que dormitaba en España.

De ahí que, al comenzar el siglo XVIII, el ciclo de expansión del colonialismo se oriente a buscar nuevas tierras para el cultivo, indios para reducir (encomienda) y establecimientos mineros; según las nuevas necesidades y políticas de la Casa borbónica de los reyes, con exhibición del Despotismo Ilustrado y su frase “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Con sus escoltas militares y la señal de la Cruz, las sotanas de los misioneros abrían caminos. A la vanguardia iban los padres de la Compañía de Jesús.

Son éstas acciones que despiertan reacción. Así, en ese siglo y en las zonas de frontera se actualizaron los conflictos que se creían superados en la primera parte del siglo XVI: resistencia indígena, surgimiento de grupos mesiánicos y milenaristas, enfrentamiento entre frailes y colonos, además de muerte, etnocidio y genocidio sistemático de aborígenes.

Tal como a nuestros pueblos chibchas, hacia 1722, por ejemplo, con la diosa Nayarit, su principal divinidad, representada por cuatro esqueletos completos ataviados, y el oráculo de la Mesa del Nayar como punto de cohesión, los cora de Nayarit, cercanos a Guadalajara (México), fueron reducidos. Sin embargo, secretamente continuaron practicando sus cultos. Los jesuitas destruyeron el oráculo y lograron la dispersión transitoria de la comunidad, un ataque que facilitó su sometimiento a la política de reducciones.

En todo caso, en la América española, antes de los Gritos y las Actas de Independencia, durante todo el siglo XVIII al ritmo de las reformas borbónicas, la inconformidad tuvo decenas de estallidos. Tanto de las clases subalternas como de algunos sectores del criollaje. Borradas de los textos oficiales, aunque su enumeración es larga vamos a ver las más conocidas, aunque fueron muchas más.

Los brotes del descontento nacieron de seis grandes motivos: 1. Guerras de frontera, 2. Rebeliones indígenas, 3. Enfrentamiento criollo a los monopolios privados y religiosos. 4. Apoyos a las misiones jesuitas. 5. Rebelión de los esclavos. 6. En contra del sistema impositivo, los estancos y las restricciones a la producción de los textiles en los obrajes.

Guerras de frontera

En el norte del Virreinato de la Nueva España (México): la resistencia de los indios de Colotlán (1702), los yaqui (1740-1741), los pimas altos (1751) y los cora de Nayarit (1767). En el Virreinato de Perú y la Capitanía General de Chile, los continuos alzamientos de los araucanos. La rebelión de los pehuenches, telhueches y huilliches de la cordillera y la Pampa (1729); en la audiencia de Charcas, el alzamiento de los pueblos nómadas del Chaco y de Tucumán (1746). Y el surgimiento de las confederaciones militares interétnicas de la frontera del Virreinato con la Amazonia (1766).

Felipe II, rey contrarreformista por excelencia, a quien le toca el desastre de la Armada Invencible, que marca el nacer del poderío militar inglés. ¡El mar de las Indias libre para Inglaterra!; se obliga a varias medidas que afectan profundamente la España y América:

Impuso las políticas de los cardenales en el Concilio de Trento. Estableció la Inquisición y sus penas de muerte. En América impidió que se continuara estudiando las grandes civilizaciones americanas y ordenó a los franciscanos el envío a España de los códices aztecas y mayas, rescatados por los misioneros, en particular fray Bernardino de Sahún. Prohibió difundir la obra que exaltara los valores de las culturas indígenas, y que se dieran a conocer sus creencias y sus costumbres. Estableció censura para las obras que hablaran de la Conquista, y los conflictos entre la Iglesia, el Estado y los conquistadores. Vedó la circulación de los libros, incluidos los documentos papales, que no llevaran el placet real. Exigió que sus súbditos sólo pudieran ir a las universidades españolas. Limitó el acceso de la nobleza indígena al título de don y su ingreso a la Iglesia y las universidades. Les quitó a las comunidades de franciscanos, dominicos y agustinos el control de los pueblos nativos, que entregó a curas seglares. Y prohibió toda nueva expedición de descubrimiento y conquista, de tal modo que el poblamiento español en América quedó circunscrito a los límites alcanzados hasta 1560 (1). Para este Suplemento, este punto es el que más se destaca.

Significó la existencia de una amplia frontera en torno a virreinatos, presidencias, audiencias y gobernaciones, que en una colonización militar-religiosa exploraron sólo los cazadores de esclavos e indios para las encomiendas, o fue entregada a las órdenes religiosas para las misiones. Curiosamente, los jesuitas, orden constituida apenas en 1535 y autorizada por los Papas en 1540, que llega aquí en el último cuarto del siglo XVI, es a quienes se concedió el mayor número de misiones y el más amplio poder para ‘cristianizar’ a los entonces llamados salvajes. Se expandieron por el norte de México, el piedemonte oriental de la Nueva Granada y Perú, con énfasis en la Audiencia de Charcas y las ‘misiones’ de Paraguay.

Dolor, pasos de Mingas, su vestir con resistencia, pintura en los rostros, máscaras y sonar de las marimbas chiapanecas y otras luchas con ayer. Por su relación con el actual indigenismo y su importancia para la investigación histórico-cultural de los movimientos que se pudieran reseñar, mencionamos los más llamativos:

  • Por el México de hoy, los indios de Colotlán (Mextitlán-Nueva Galicia) afectados por la expansión de la frontera agrícola y ganadera de los colonos españoles se sublevaron en 1702, incendiaron las estancias españolas y enfrentaron al virreinato. El arzobispo virrey Ortega Montañés los apacigua, y envía un oidor de Guadalajara a restablecer las fronteras (2).
  • Los indígenas de la nación yaqui (gobernación de Sinaloa, actual estado de Sonora), sometidos a reducciones jesuitas desde el siglo XVII, instigados por el gobernador español Huidrobo, se rebelaron en 1740 contra la Compañía de Jesús. Dirigidos por sus caciques el Muni y Bernabé, liberaron una gigantesca franja de territorio que quedó vedada a los españoles. Pero respetaron temporalmente las misiones. En 1741 intentan tomar la ciudad de Tecoripa pero son derrotados y forzados a la paz. Huidrobo, quien los había motivado al alzamiento, recorrió los pueblos, censó la población y devolvió las tierras a sus anteriores propietarios, aunque, era su intención, gran número de nativos no volvió a las misiones y se integró al trabajo de haciendas y minas (3).
  • Los pimas altos, de Sonora y Arizona, se rebelaron en 1750 contra la expansión española y la presencia de misiones. Su líder, Luis del Sáric, cambió su nombre por Bacquiopa, enemigo de las casas de adobe, y enfrentó a colonos y jesuitas. Restableció la religión ancestral, la construcción de sus casas en materiales tradicionales y su lengua. Seducido con el nombramiento de capitán y, ante el peligro de invasiones apaches, acordó campañas conjuntas con los españoles, que apresaron a Sanic, quien murió en presidio (4).
  • Los cora se reunían a escuchar a los oráculos. Es notable el papel de las mujeres: bautizaban, curaban y confesaban moribundos, en clara simbología de sincretismo cultural. Expulsados los jesuitas, los cora fueron entregados a control franciscano. En 1767, el indio Antonio López, Granito, vio la ocasión de restablecer sus antiguos rituales y lograr su independencia. El alzamiento se extendió. Jefes indígenas como Manuel Ignacio Doye se destacaron. Pero fueron derrotados y sus jefes enviados a presidio. Labradores mestizos, colonos y mineros repoblaron la región, gente de razón al decir del comandante español” (5). 
  • Araucanos. Situación semejante vivió la Capitanía General de Chile. Los araucanos nunca fueron sometidos. Luego de largos conflictos (siglos XVI-XVII), al final firman la paz (1726). Empieza la construcción de pueblos jesuitas al modelo guaraní, sin lograr la voluntad de los indígenas de vivir y reducirse. En 1764, el Gobernador-Presidente de Chile, Antonio de Guill y Gonzaga, en aplicación de las políticas borbónicas, que exigían censos de indios tributarios y su reducción a pueblos de indios, citó a los araucanos a parlamento. En apariencia, éstos accedieron, pero en diciembre de 1766 de improviso incendiaron pueblos en construcción, profanaron iglesias de misiones y acosaron a los españoles.

La autoridad contó con apoyo pehuenche y se inició una guerra de depredación sobre los araucanos. La paz se logró por intervención del obispo franciscano de Asunción y por el compromiso español de no insistir en los “pueblos de indios”. Expulsados los jesuitas, los franciscanos los reemplazan e insisten en las reducciones, lo que revivió alzamientos. Los españoles armaron grupos de bandidos (paramilitares, hoy) para asolar la Araucania. Por la paz de Negrete termina la guerra, con el compromiso español de respetar la vida de las comunidades6. Hoy permanece latente el conflicto. Los araucanos no han abandonado su lucha por la autonomía, y la defensa territorial, de su cultura y sus valores ancestrales.

Recuadro1


De las 13 colonias a los Estados Unidos

“El 3 de septiembre de 1783 se firmó en París un tratado general de paz, en virtud del cual Inglaterra reconoce la independencia de los Estados Unidos, con un territorio que se extendía desde el Canadá hasta la Florida (devuelta por Inglaterra a España, y comprendía los actuales estados de Alabama, Mississippi y Louisiana) y desde la costa atlántica hasta el río Mississippi”.

El tratado fue la consecuencia de una guerra rápida –se inició el 6 de julio de 1775–, la misma que surgió de una insurrección contra el autoritarismo inglés. En pocos años, el acto de rebeldía se convirtió en revolución, y la guerra civil en un conflicto internacional que implicó a Francia, España y Holanda, a favor de las colonias y en contra del Imperio inglés. De esta manera, la prolongada confrontación imperialista europea se trasladaba a miles de kilómetros de su asiento natural.

Poblamiento original

El país que hoy se conoce como los Estados Unidos empezó a ser invadido y colonizado, de manera informal y desordenada desde el siglo XVI, por los imperios holandés –New York–, inglés –Virginia–, francés –territorio que llega hasta Montreal– y español –Florida. Tras su apetito de dominio estaban el oro y el control del comercio en aguas del Atlántico y del Caribe. Los ingleses, los últimos que se propusieron esta empresa en aquella parte del mundo, se sintieron en libertad de hacerlo una vez que le destruyeron al imperio español (1588) la “Armada Invencible”.

Las expediciones que viajaban por aquellos años, con autorización de sus soberanos, no contaban con suficiente infraestructura ni gente para instalarse por largo tiempo en las tierras usurpadas a la población nativa, y muchas de ellas fueron aniquiladas, bien por el clima y el hambre, bien por los invadidos.

Sólo en el siglo XVII se instalaron con intensión de quedarse –al igual que en las Antillas– múltiples expediciones, una de ellas integrada por ingleses (que buscaban, como Calvino, purificar la iglesia anglicana), salida de su país en medio de las luchas que habían cobrado la cabeza del Rey Carlos I. Tras ellos, viajaron otros muchos protestantes, puritanos, defensores del individualismo para interpretar la Biblia y resolver los problemas de su vida espiritual. “Una raza viril de puritanos que rechazaban por igual la intervención del Rey y del diablo en su vida colectiva” fue la que pobló y fundó el estado de Massachusetts.

Viajaron y llevaron consigo su necesidad espiritual, y también su experiencia de trabajo y su anhelo de vida sin opresión. En el caso de los ingleses, se trataba de una clase media que surgió de una larga tradición popular, erigida por la naciente burguesía, la misma que le había dado cuerpo al Parlamento con su Cámara de los Comunes, como contrapeso del monarca. En estas condiciones, los colonos se dieron una forma de gobierno popular mediante asambleas a las cuales asistían los integrantes de la iglesia puritana. Cuando la población se multiplicó, la asamblea fue integrada por delegados. Todos los asistentes tenían derecho a voz y voto.

A la par, y como instrumento de trabajo, fueron llevados los esclavos negros, los primeros de los cuales fueron desembarcados en 1619. Su población se multiplicó de manera acelerada: en 1690 equivalían al ocho por ciento de la población y al 21 por ciento en 1770, cuando los colonos ya sumaban 1.800.000 en aquellas tierras.

Fruto de su labor económica, con la cual daban cuentan del feudalismo en Inglaterra, estos colonos traspiraban espíritu libre (sic), creativo, emprendedor, y sentido de la disciplina, dentro de un claro espíritu capitalista. Pronto empezaron a construir barcos para comerciar con las Antillas, así como fundar industrias.

Si nos percatamos del momento en que empezó esta inmensa empresa de colonización –siglo XVII–, podemos deducir que la historia moderna de los Estados Unidos empezó tarde, pues para esa época los españoles ya sumaban más de un siglo en el sur y el centro del continente americano, y en los territorios hoy conocidos como México, Colombia y Perú se contaba con gobiernos bien establecidos, universidades y ciudades. Era tal la presencia del imperio español en estas tierras, que para 1574 se contaban 160 mil españoles dispersos por toda la región.

Se multiplican los viajeros

El control de los mares le permitió al Imperio inglés imponer su naciente poder en el norte de América. Las nuevas tierras prometían grandes ganancias para la monarquía, y de ahí que ésta entregara con prontitud títulos de propiedad a comerciantes, nobles y otros personajes sobre inmensas extensiones del Nuevo Mundo. Cada uno de los beneficiados promulgó sus normas de convivencia, y, tras la oportunidad de superar la pobreza o de vivir en libertad de conciencia, motivó el poblamiento por inmigrantes de diversidad de países, entre ellos finlandés, alemán, francés, holandés, húngaro, moravo, judío, polaco y sueco.

Esta multicultura y el anhelo de una nueva vida tensiona la relación entre la Corona y esta población que cada vez desea menos control. Ya en 1633 se firma un documento por tres poblaciones –Pacto de Mayflower, considerado la primera constitución de la democracia moderna–, en el cual se estipula la igualdad de todos los ciudadanos, sin restricciones de carácter religioso, y se dispone que las leyes serán hechas “para el pueblo y por el pueblo”, sin mencionar en pasaje alguno al Rey. Tampoco se tomaba en cuenta a las mujeres, reducidas al hogar, ni a los pobladores originarios de estas tierras, sometidos a exterminio, ni a los esclavos, negados de cualquier derecho.

Población con igual espíritu llega a lo que se conocería como Pensilvania (cuáqueros), en este caso opuestos a la guerra, practicantes de una hermandad religiosa sin jerarquías, impulsores de la resistencia pasiva, e imbuidos de alta capacidad de trabajo y ahorro. Precisaban algunos de sus preceptos que el gobierno no podía ser arbitrario ni opresor, que todo contribuyente tenía derecho al voto y que todo cristiano podía desempeñar empleos públicos, cualquiera fuera su credo. A ellos se debe el criterio de que los presos tendrían que trabajar.

En Baltimore se asentó una población que legisló precisando que quien allí habitara gozaba de todos los privilegios del ciudadano inglés, decretando leyes por medio de su Asamblea e imponiendo contribuciones que hasta entonces se suponía que eran del resorte de la monarquía inglesa. Se negaban a pagar impuestos a Inglaterra, y las decisiones de su Asamblea no requerían aprobación del Rey. Además, la libertad religiosa fue un precepto celosamente guardado por sus habitantes.

Así, favorecidos por decisiones del Rey, que entregaba “sus territorios” para que le generan riqueza, se pobló una parte de lo que hoy conocemos como Estados Unidos, identificada por entonces como las colonias inglesas en Norte América, que eran 13: Virginia, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, New Hampshire, New York, Pensilvania, New Jersey, Delaware, Maryland, Georgia y las dos Carolinas. Miles de miles atravesaron mares para buscar mejor vida. Sin embargo, como toda sociedad capitalista y pese a la normatividad aprobada, la clase dirigente recibía la mayor parte de los beneficios del trabajo de toda esta nueva población.

Así, aunque parece un poblamiento de libres e iguales, el nacimiento de los Estados Unidos se da en contradicción: “libres y esclavos, amos y criados”; pero también –y esto vendrá con el paso de los años– terratenientes y gente sin tierra, ricos y pobres (para 1770, el 1 por ciento de los terratenientes acumulaba el 44 por ciento de la riqueza generada por los inmigrantes y los esclavos), lo cual exacerbará las contradicciones entre sus pobladores entrado el siglo XVIII. La guerra contra los ingleses las ocultará y postergará, pero también las maniobras de una clase dirigente de origen inglés que contaba con experiencia política, y que, emitiendo leyes y normas, evitó que negros, indios y gente pobre se uniera. Un levantamiento les hubiera costado el poder y la vida.

Las contradicciones y la guerra

Las colonias nacieron, si así puede decirse, cargadas de espíritu capitalista y determinadas por sus prácticas productivas, es decir, nacieron con el sello de una embrionaria pero pujante y dinámica matriz social de índole burguesa.

Tal espíritu chocará con los requerimientos económicos del Imperio, una vez concluida su victoriosa guerra de los siete años contra Francia (1763). Esta obvia necesidad de recursos se multiplicará al incrementarse los ataques de los pueblos originarios en defensa de su usurpado territorio, contra los poblados de los invasores (en este mismo año los pueblos Potawatoni, Huron, Ottawa, liderados por el gran guerrero Pontiac, declararon la guerra a los blancos invasores), ataques que hicieron evidente la necesidad de sostener un ejército de 10.000 soldados que defendiera las colonias.

Para aquel momento, las colonias habían desarrollado una fuerte economía y, de acuerdo con el criterio imperial, podían sostener el ejército que los resguardaría. Por ello y para ello, se trató de aplicar la normatividad imperial –la misma que aplicaba España– de monopolio sobre el comercio, a la par que se establecían nuevos impuestos, algunos de los cuales –cobrando tres peniques sobre cada galón de melaza– significaban acabar con la industria del ron, una de las más importantes de las colonias. El té, el timbre de todo tipo de documento, el papel y otra multitud de productos más fueron grabados.

La normatividad imperial castigaba el contrabando, pero él mismo era norma en Norte América –un deber patriótico, según el decir de los comerciantes–, alcanzando cada año un una cifra –de la época– de 3.750.000 dólares. Esas mismas normas sólo permitían el comercio en buques ingleses.

Pero en la medida en que se trató de aplicar las viejas y nunca obedecidas normas, y en la medida asimismo en que se buscó hacer realidad los nuevos impuestos, la rebeldía se extendió. Las primeras medidas puestas en práctica para hacer entrar en razón al Imperio fueron de desobediencia civil: no comprar productos ingleses y cerrar los puertos a los buques de aquella procedencia. Quien se oponía a esta decisión era perseguido, lo cual propició una emigración hacia el Caribe y las Antillas de no menos de 100 mil colonos. Así, en medio de una tensión que cada vez ganaba nuevos ribetes, se fue llegando a lo que no querían los habitantes de aquellas colonias: desconocer el Rey y separarse de Inglaterra.

De esta manera, los dos millones aproximados de personas que habitaban las colonias en 1770 se encontraron en Asamblea de delegados. El 5 de septiembre de 1774 fue citado el primer Congreso Continental de las Colonias, al que asistieron todos menos Georgia. El segundo se llevaría a cabo el 10 de mayo de 1775, un mes después de haberse escuchado los primeros disparos contra las tropas ingleses en el poblado de Lexington, generando un inmediato sitio sobre Boston. Este congreso saldría investido con los poderes de gobierno de todas las provincias durante la guerra, imponiéndose como tarea inmediata la conformación de un ejército al mando de Washington y la emisión de papel moneda para sostenerlo.

Tras dos meses, el 6 julio de 1775, la guerra contra el imperio es declarada de manera formal, y un año después, el 4 de julio de 1776, el Congreso declara la independencia de las Colonias Unidas, estableciendo que “estas colonias son y por derecho deben ser Estados libres e independientes; que quedan absueltas de toda alianza con la Corona británica, y que todo vínculo político entre ellas y el Estado de Gran Bretaña queda totalmente disuelto”.

Las escaramuzas entre ambos ejércitos ganan espacio pero en ningún momento de gran calado. La debilidad y la inexperiencia del ejército libertador no lo permite, y la indecisión de los invasores hace que todo siga sin resolverse. Pero se presenta un definitivo y sustancial giro, llevando las escaramuzas al estado real de guerra: en febrero de 1778, los franceses reconocen el nuevo Estado y celebran con el mismo un tratado de ayuda y alianza militar. Dos meses después, ya han desembarcado en territorio de las 13 colonias sus fuerzas, además de armas y dinero. Vendría luego la ayuda española, que durante los dos últimos años de guerra captura los fuertes de Natchez, Mobile, Pensacola y otras guarniciones inglesas al sur de Norte América. Los holandeses hacen lo propio en el mar, ocupando y requisando cientos de barcos ingleses.

El aporte de Francia en tropas en notable. En ocasiones concentra hasta 5.500 de sus soldados en un ataque, como cuando al mando del Conde Rochambeau amenaza a New York. Estos movimientos, más fuertes bajas inglesas en otras batallas, acercan el momento final de la guerra, que llega el 17 de octubre de 1781 con la batalla de Yorktown. Ésta, sin ser trascendental, le dará un viraje político absoluto a la misma.

En efecto, cercado por tropas francesas y locales, el Lord Cornwallis pierde –rendido– sus 7.000 hombres. La noticia llega a Londres y hace renunciar al gabinete de Lord North, reemplazado por Rockingham, quien comprende que la independencia vendría tarde o temprano, poniéndoles fin a las hostilidades para concentrarse contra sus enemigos en Europa: Francia, España, Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Dinamarca.

Con el triunfo como sello imborrable de su decisión, un nuevo Congreso Continental de la Unión, celebrado en Filadelfia en 1787, con la participación de 55 delegados, le da cuerpo a Estados Unidos de Norte América. Los intereses de esos delegados quedan incorporados en las normas y convenios firmados, que potenciarán al gobierno federal: “Los fabricantes querían tarifas protectoras; los prestamistas querían acabar con el uso del dinero en metálico para la devolución de las deudas; los especuladores inmobiliarios querían protección para invadir los territorios indios; los propietarios de esclavos necesitaban seguridad federal contra las revueltas de estos y su fuga; los obligacionistas querían un gobierno capaz de recaudar dinero con base en un sistema impositivo nacional para así pagar la deuda pública.

“Por fuera del espíritu de la Constitución habían quedado los esclavos, los criados contratados, los indios, las mujeres y los no propietarios de tierras”.

Con la aprobación de esta Constitución, la primera conocida como marco regulatoria de la convivencia al interior de una sociedad, resumen y precisión de patria, nace el Estado – Nación, el mismo que se extendió y consolidó por doquier en pocos años, y con él la soberanía popular como precepto fundamental de la democracia y del Estado moderno. De su mano, viene, la rebelión, sagrado derecho de los pueblos para protegerse del autoritarismo y de las dictaduras.

“La Constitución, entonces, ilustra la complejidad del sistema americano: sirve a los intereses de una élite rica pero deja también medianamente satisfechos a los pequeños terratenientes, a los trabajadores y agricultores de salario medio, y así se construye un apoyo de amplia base”.

Vendrá luego la historia de expansión e invasión que llevará a más de 50 los estados de la Unión.


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