Nace la bioeconomía
La idea de una economía política –esto es, las relaciones entre economía y política; o también entre economía y sociedad– ha sido un denominador común desde el nacimiento de la economía hasta la fecha. Sin embargo, únicamente dos autores han escrito una crítica de la economía política aunque con intereses y en marcos distintos: Marx, y N. Georgescu-Roegen.
La crítica política de Marx a la economía política tiene consecuencias directas: la economía le sirve a Marx para criticar el orden político y, más allá, la estructura misma de la historia. Como resultado, Marx plantea el fin del capitalismo y la idea de la sociedad socialista o comunista. Otra historia es la realización de esta idea.
Por su parte, N. Georgescu-Roegen, un autor bastante más desconocido, lleva a cabo una crítica de la economía política por otro camino, totalmente inopinado pero muy original, a saber: las relaciones entre economía y la segunda ley de la termodinámica, la ley de la entropía. Como resultado, nace la bioeconomía, que es una economía basada en la vida o en la naturaleza, y que afirma explícitamente que el modelo productivista se estrella con la naturaleza dado que se plantean asimetrías temporales: la economía es una ciencia del presente, en tanto que los tiempos de la naturaleza son de largo plazo.
Sobre la base de los trabajos de Georgescu-Roegen, R. Passet plantea, igualmente, la idea de una economía de y para la vida: bioeconomía. Sin embargo, los acentos, los intereses, el rigor, y los marcos de Passet y de Georgescu-Roegen aunque complementarios, son perfectamente distintos. El libro base de Georgescu-Roegen se llama: La ley de la entropía y el proceso económico (traducción al español, 1997; original, 1971).
La función de producción
La clave de toda la economía consiste en el estudio de la función de producción. Esta consiste en la máxima cantidad que se puede producir dados recursos determinados. En dos palabras, la función de producción es el concepto técnico empleado para designar un sistema productivista, que por tanto cuida la producción, pero a costa del trabajo. La consecuencia es que todo el interés se centra en: crecimiento económico, desarrollo económico, crecimiento de la producción, crecimiento del consumo. Esta es la esencia del capitalismo.
Y sin embargo, como se verá a continuación, tal es también la esencia misma del socialismo, que es un sistema productivista, con planeación igualmente, y que hace del crecimiento de la economía la garantía del crecimiento y bienestar de la sociedad. La vida consiste, así, en trabajar.
Vivir, consecuentemente, significa vivir trabajando, y vivir del trabajo, o también, vivir para trabajar. Como bien lo decía Marx, los asalariados son otra forma de esclavitud. Todas las teorías económicas, los autores económicos más destacados, los propios Premio Nobel de economía, dejan sencillamente intacta la función de producción. Y así, todo se reduce simple y llanamente a una apología –directa o indirecta– del capitalismo.
Nuevamente: La bioeconomía
La bioeconomía es una crítica de la economía política con énfasis en la termodinámica en general, y en el principio de la entropía, en particular. Sencillamente, el capitalismo es un sistema económico, político y social cuya densidad temporal es sumamente baja: pensar y vivir en el capitalismo significa vivir y pensar en el presente. El tiempo, a largo plazo, es sencillamente inexistente. Justamente por esto, los ejes rectores de la racionalidad capitalista son: eficiencia, eficacia, productividad, competitividad, entre otros.
En contraste, la naturaleza tiene densidades temporales inmensamente más amplias. Una manera básica de señalar esto, es que una de las ciencias más importantes que se ocupa de ella, la geología, tiene como unidad temporal básica el millón de años. Es decir, pensar en términos de ecología equivale a pensar en densidades mucho mayores que el millón de años.
Pues bien, la expresión más directa e inmediata de la naturaleza humana para los seres humanos es su propio cuerpo. Así, una crítica de la economía política implica una crítica de las formas de producción económica que niegan al cuerpo humano. En efecto, en general, para el capitalismo los seres humanos son solo recursos (“recursos humanos”; y manifiestamente, recursos no renovables. Precisamente por ello el capitalismo no necesita generar un ejército de desempleados y de subempleos, para acudir a él cuando sea necesario.
Dicho de manera más radical, el proceso económico debe ser entendido como un proceso histórico, evolutivo, marcado por tiempos de largo alcance, y con cambios irreversibles. En verdad, la flecha del tiempo de la naturaleza es de la irreversibilidad –como vector último, fundamental. En palabras más elementales, el pasado es cualitativamente diferente del futuro. Pero esto es más, infinitamente más, y totalmente diferente a la sostenibilidad y/o sustentabilidad.
La trampa de la sostenibilidad y el vacío del antropoceno
A raíz del Informe Brutland al Club de Roma (1977), la humanidad aprendió el concepto de sostenibilidad (en ocasiones es traducido e interpretado como sustentabilidad: aquí, da igual).
El concepto de sostenibilidad es capitalismo con “cara amable”, que se traduce, por ejemplo, en eufemismos, con “responsabilidad social empresarial”, y otros. La esencia es que la sostenibilidad deja perfectamente intacta la función de producción, y así, es una apología (in-directa) al capitalismo, el cual no es, simple y llanamente, otra cosa que destrucción de la naturaleza. ¿Destrucción de la naturaleza? Sí, destrucción de la vida misma.
La sostenibilidad afirma, en resumen, lo siguiente: “debemos poder dejarles la naturaleza a las generaciones siguientes por lo menos tan bien como la recibimos”. Palabras más, palabras menos. A partir de lo anterior, en términos de ecología, surgen los debates entre conservacionismo de la naturaleza y preservacionismo. El primero sostiene que los seres humanos deben poder ser capaces de ejercer un manejo controlado de la naturaleza, de tipo equilibrado. Es exactamente en esta línea que se fundan todas las prácticas de reciclaje y demás. Por su parte, el preservacionismo es la tesis que afirma que cualquier intervención de la naturaleza es esencialmente nociva para el medioambiente.
En este marco, hace muy poco ha sido planteada una tesis nueva, a saber: que por obra “de los seres humanos” asistimos a la sexta extinción masiva, lo cual, aunado al calentamiento global, la contaminación y la polución en curso, parecen conducir a la humanidad a un callejón sin salida. De acuerdo con el diagnóstico elaborado, es inevitable el aumento de los niveles del mar, los procesos de desertificación, la tala indiscriminada de bosques y selvas, en fin, la concentración de la alimentación en siete transnacionales, etcétera.
Los datos son contundentes y el diagnóstico es sólido y robusto. Sin embargo, negacionismo ecológico es rampante y es el resultado de la obediencia a los núcleos más duros del capitalismo. Donald Trump es la cara más visible del negacionismo ecológico.
Ahora bien, el concepto de “antropoceno” es equívoco y desafortunado por superficial y rápido. Es evidente que el productivismo económico –crecimiento de la economía, crecimiento y fortalecimiento de los mercados, compartimentación del mercado, fidelización del cliente, por ejemplo–, está alterando dramáticamente a la naturaleza. Pero es falso que los seres humanos, así, en general, sean los causantes de la sexta extinción masiva en curso.
El verdadero causante de los daños en marcha a la naturaleza es la gran industria, las corporaciones, el complejo-industrial militar, el sector financiero y, en general, los sectores más fundamentales de la industria en el sistema capitalista. Y con ellos, concomitantemente, esa forma de vida patológica que es el consumo y el hiperconsumo.
El hiperconsumo
Los seres humanos se han olvidado de vivir. Esta es la condena más fuerte, desde el punto de vista humano –acaso espiritual–, que le cabe al capitalismo. Y la razón es que la existencia de los seres humanos parece estar completamente manejada por el mercado, a saber: la mayoría de los seres humanos consumen, compran, gastan, se endeudan, con cosas que, bien visto, en realidad, no necesitan.
Los demonios causantes del hiperconsumismo son tres, a saber:
– La segmentación del mercado; esto es, por ejemplo, la producción de champús para hombre y para mujeres, para niños, para tapetes, para automóviles o muebles, o para mascotas, por ejemplo. La producción de numerosos productos dada una compartimentación del mercado y que genera la idea –falsa, a todas luces–, de que hay productos para cada segmento de la sociedad, y que son diferentes de los de otros segmentos del mercado.
– La obsolescencia programada; los productos producidos a partir de la segunda revolución industrial se caracterizan por ciclos cortos de vida –producir, consumir, gastar, comprar nuevamente–, de tal suerte que ya desde la producción misma, el producto es diseñado y fabricado para que en un corto tiempo se vuelva, literalmente, obsoleto. Cada vez menos en el mundo existen reparaciones, arreglos y demás.
– El diseño industrial, pero también el diseño gráfico, el diseño organizacional, el diseño de modas, el diseño arquitectónico, web y otros, coadyuvan todos para destacar “la bonitura” del producto (el “acabado”, la estética industrial”) de suerte que la apariencia prime sobre la propio funcionalidad del producto y atraiga clientes para el consumo.
El resultado de estos tres demonios es que los seres humanos compran cosas que no necesitan, y adquieren formas de vida que ellos mismo no controlan, sino, los fabricantes, la publicidad y la propaganda. Los seres humanos se han vuelto máquinas deseantes, y así, en términos de psicología clínica y de psiquiatría, terminan por volverse, literalmente, esquizofrénicos. Desean los deseos de otros, desconocen sus propios deseos y necesidades, desean cosas, experiencia y tiempos que se asimilan literalmente a la locura. El capitalismo enferma a las personas.
Cuatro revoluciones industriales
Existen y han existido cuatro revoluciones industriales en la historia.
La primera fue la revolución industrial del siglo XIX, particularmente en Inglaterra, y que se expresa en las máquinas de vapor y altos consumos de energía y electricidad. La segunda revolución industrial es propia de comienzos del siglo XX y que consiste en la producción masiva de productos. El taylorismo, el fordismo y las tesis de Fayol, por ejemplo, ilustran y organizan a la vez el sistema de trabajo y de producción.
Adicionalmente, alrededor del año 2008 se formula la tercera revolución industrial que es el resultado de la socialización y la masificación de internet. Ella conduce a nuevas formas de organización social, nuevas formas de organización social del conocimiento, y nuevas formas de organización del trabajo y la producción. Finalmente, en el año 2016 se formula la tesis de la cuarta revolución industrial, la cual es la síntesis entre la dimensión física, la biológica y la digital. La expresión popular más inmediata de la cuarta revolución industrial es la Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), pero se extiende, efectivamente, a todas las dimensiones del mundo del trabajo y del mundo de la sociedad, en general.
La vida, siempre la vida
El capital en general –capital industrial, capital financiero, capital comercial–, nada sabe de la vida, en ninguna acepción de la palabra. Sólo se saben, cada uno, a sí mismos, y por tanto, solo saben y quieren de crecimiento, rendimientos crecientes, eficiencia y eficacia. Dicho en términos clásicos, el capital nada sabe del trabajo, sólo lo usa. Y mientras le sea útil le interesa.
Exactamente en este sentido ha sostenido una socióloga importante –S. Sassen–, que hoy por hoy el capitalismo no mata a la gente, sencillamente la deja morir. Y eso se denomina exactamente necropolítica.
El capitalismo deja morir a la gente: en el sistema del trabajo, con sistema de salud manifiesta y reconocidamente críticos e inoperantes, con sistemas de educación selectivos y determinados por el trabajo, en fin, por ejemplo, manteniendo a la gran base de la sociedad en niveles apenas satisfactorios de felicidad y realización humanas.
Contrario a esto, la trama de la vida consiste en redes de cooperación, redes de solidaridad, redes de ayuda mutua. Así, el mutualismo y el comensalismo sientan las bases de la economía de la naturaleza. La simbiosis es la regla en la naturaleza y no la depredación y el egoísmo. La ecología y la biología, dicho en términos generales, han ido kilómetros delante de la economía y las finanzas.
En otras palabras, la bioeconomía consiste en dos conceptos, así: el núcleo es la vida, y “economía” opera tan sólo como un sufijo. La bioeconomía es economía centrada en la vida y que hace de la vida en general, la de los seres humanos y la del planeta en general. Mientras que la economía clásica y neoclásica son hijas de la física clásica –la cual tiene una concepción esencialmente mecánica o mecanicista de la naturaleza–, la bioeconomía es hija de la termodinámica, la cual sabe de equilibrios dinámicos, entropía y flecha del tiempo, y se asimila por tanto a una visión completa de la vida, la sociedad y la naturaleza.
La naturaleza no puede asimilarse, en manera alguna, a una fuente de recursos, y ni siquiera como un recurso natural. La distinción, primero, y luego la jerarquización entre los seres humanos y la naturaleza, constituyen argumentos totalmente equivocados como forma de vida. La verdad es que los seres humanos poco saben de vida, y siempre se encuentran con la muerte, más pronto o más tarde. La naturaleza es fuente de tiempo y entonces, de vida. Pues bien, una economía fundada en la naturaleza y no en las necesidades –por definición esencialmente artificiales en la sociedad actual–, de los seres humanos, es la garantía de una forma de vida buena, de un saber vivir –sin más.
Saber vivir, saber qué se quiere y qué se necesita verdaderamente, en fin, vivir bien, se han revelado como uno de los retos más grandes del mundo contemporáneo. Vivir en función del mercado, del consumo, no es vivir, y vivir comprando y pagando las deudas tampoco es vivir. Los seres humanos se olvidaron de vivir, debido al peso ingente de la economía.
La vida es un asunto de cuyo valor se percatan los seres humanos, al parecer, tan sólo al final de la vida. Cuando ocasionalmente pueden darse cuenta si una vida ha valido la pena de ser vivida, o ha sido en vano.
El mejor y el mayor regalo posible: la vida, y entonces, tener tiempo: tiempo para estar con los demás, consigo mismos, con la naturaleza. Esta puede ser la verdadera fuente y sentido de la economía. Pero entonces ello pasa por una crítica –teórica y práctica. De los modelos vigentes e imperantes. Técnicamente, esto se denomina una crítica de la economía política. Y si antes economistas, politólogos y la gente en general, tenía solamente una fuente (Marx), ahora disponen de dos (Georgescu-Rogen, adicionalmente).
Sólo que una crítica de la economía política implica una crítica en general del mundo; en toda la acepción de la palabra. En nombre de la vida, la crítica es necesaria y provechosa. En esto consiste, por ejemplo, una nueva democracia. En fin, una nueva forma de vida, más grata, más digna, con mejor calidad. l
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