Como lo muestra la consolidación reciente de numerosos movimientos y organizaciones alrededor del mundo que luchan por una globalización contra-hegemónica, los varios siglos de predominio del capitalismo no han logrado disminuir la indignación y la resistencia efectiva contra los valores y prácticas que constituyen el corazón del capitalismo como sistema económico y forma civilizatoria. De hecho, la historia del capitalismo desde su surgimiento en lo que Wallerstein (1979) ha llamado el “largo siglo XVI” es también la historia de las luchas de resistencia y la crítica contra dichos valores y prácticas. Desde la lucha de los campesinos ingleses contra su incorporación forzada a las fábricas proto-capitalistas, después de la apropiación privada de las tierras comunales en el siglo XVIII, hasta las luchas contemporáneas de comunidades indígenas en la semiperiferia y la periferia contra la explotación de sus territorios ancestrales, pasando por los movimientos obreros de todo tipo, el capitalismo ha sido constantemente confrontado y desafiado.
Desafíos que han ido acompañados de una rica tradición de pensamiento crítico, desde el pensamiento asociativo de Saint-Simon, Fourier y Owen en Europa en el siglo XIX, hasta la reivindicación de un desarrollo alternativo o el rechazo mismo de la idea de desarrollo económico en la periferia y la semiperiferia en el siglo XX, pasando por la crítica marxista del capitalismo industrial que ha impulsado el debate sobre formas de sociedad más justas que sean alternativas viables frente a las sociedades capitalistas (Macfarlane, 1998). Al imaginar y luchar por sociedades donde la explotación sea eliminada, o por lo menos reducida drásticamente, las prácticas y teorías críticas del capitalismo, sumadas a otras cuyo blanco son otras formas de dominación, como el patriarcado y el racismo, han mantenido con vida la promesa moderna de emancipación social.
A comienzos del siglo XXI, la tarea de pensar y luchar por alternativas económicas y sociales es especialmente urgente por dos razones relacionadas entre sí. En primer lugar, vivimos en una época en la que la idea de que no hay alternativas frente al capitalismo ha ganado un nivel de aceptación que posiblemente no tiene precedentes en la historia del capitalismo mundial. En efecto, a lo largo de las dos últimas décadas del siglo pasado las élites políticas, económicas e intelectuales conservadoras impulsaron con tal agresividad y éxito las políticas y el pensamiento neoliberales que la idea tatcheriana según la cual “no hay alternativa” alguna al capitalismo neoliberal ganó credibilidad, incluso entre círculos políticos e intelectuales progresistas. En este sentido, las décadas precedentes reavivaron la “utopía del mercado auto-regulado” (Polanyi, 1957) que había sido dominante en el siglo XIX. A diferencia de lo sucedido en el siglo XIX, sin embargo, el resurgimiento de dicha utopía bajo la forma del neoliberalismo contemporáneo no fue acompañado por la reactivación simultánea de las luchas y el pensamiento críticos, que pasaron a la defensiva y debieron reinventarse y reorganizarse.
Pero esta situación ha empezado a cambiar en los últimos años con el resurgimiento del activismo por una globalización contra-hegemónica, que ha comenzado incluso a desarrollar formas de coordinación tales como la realización anual del Foro Social Mundial en Porto Alegre. Dado que, como el mismo Polanyi lo observó con claridad, las instituciones que encarnan la utopía del mercado auto-regulado “no podían existir por mucho tiempo sin aniquilar el material humano y natural de la sociedad [porque] habrían destruído físicamente al hombre y devastado su entorno” (1957: 3), la idea que no existen alternativas no podía predominar por mucho tiempo.
En vista de que la globalización neoliberal ha sido eficazmente puesta en tela de juicio por múltiples movimientos y organizaciones, una de las tareas urgentes consiste en formular alternativas económicas concretas que sean al mismo tiempo emancipatorias y viables y que, por tanto, le den contenido específico a las propuestas por una globalización contra-hegemónica.
En segundo lugar, la reinvención de formas económicas alternativas es urgente porque, en contraste con los siglos XIX y XX, a comienzos del nuevo mileno la alternativa sistémica al capitalismo representada por las economías socialistas centralizadas no es viable ni deseable. El autoritarismo político y la inviabilidad económica de los sistemas económicos centralizados fueron dramáticamente expuestos por el colapso de estos a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa (Hodgson, 1999). Incluso quienes, contra la evidencia del autoritarismo y la inviabilidad de dicho sistema, mantenían la posibilidad de la alternativa al capitalismo (esto es, la alternativa socialista centralizada), han sido forzados a pensar en otros términos. Para quienes, como nosotros, los sistemas socialistas centralizados no ofrecían una alternativa emancipatoria frente al capitalismo, la crisis de dichos sistemas ha creado la oportunidad para recuperar o inventar alternativas (en plural) que apunten hacia prácticas y formas de sociabilidad no capitalistas. Estas alternativas son mucho menos grandiosas que la del socialismo centralizado, y las teorías que les sirven de base son menos ambiciosas que la creencia en la inevitabilidad histórica del socialismo que dominó el debate del marxismo clásico. De hecho, la viabilidad de dichas alternativas, por lo menos en el corto y mediano plazos, depende en buena medida en su capacidad de sobrevivir dentro del contexto del domino del capitalismo. Lo que se requiere, entonces, es centrar la atención simultáneamente en la viabilidad y en el potencial emancipatorio de las múltiples alternativas que se vienen formulando y practicando alrededor del mundo, que representan formas de organización económica basadas en la igualdad, la solidaridad y la protección del medio ambiente.
La insistencia en la viabilidad de las alternativas, sin embargo, no implica una aceptación de lo existente. La afirmación fundamental del pensamiento crítico consiste en que la realidad no se reduce a lo que existe. La realidad es un campo de posibilidades en el que caben alternativas que han sido marginadas o que ni siquiera han sido intentadas (Santos, 2000: 23). En este sentido, la tarea de las prácticas y el pensamiento emancipadores consiste en ampliar el espectro de lo posible a través de la experimentación y la reflexión acerca de alternativas que representen formas de sociedad más justas. Al mirar más allá de lo existente, dichas formas de pensamiento y práctica ponen en tela de juicio la separación entre realidad y utopía, y formulan alternativas que son suficientemente utópicas como para implicar un desafío al status quo, y son suficientemente reales como para no ser fácilmente descartables por ser inviables (Wright, 1998). El espectro de posibilidades resultante es mucho más amplio del que incluso muchos partidos y pensadores de izquierda han tendido a defender en los últimos años.
En América Latina, por ejemplo, una corriente influyente de la izquierda, cuyas ideas han sido condensadas en los trabajos de Unger y Castañeda1, tiende a ofrecer como alternativas sólo variaciones conocidas al sistema capitalista. En palabras de Castañeda, las opciones de la izquierda se limitan a promover el modelo capitalista con “las variaciones, regulaciones, excepciones y adaptaciones que las economías de mercado de Europa y Japón han incorporado a lo largo de los años” (1993: 514). Como lo mostraremos en el balance de los experimentos y las teorías económicas alternativas que ofreceremos más adelante, el predominio del capitalismo no reduce el rango de posibilidades a dichas variaciones.
Por el contrario, dicho rango incluye formas de concebir y organizar la vida económica que implican reformas radicales dentro del capitalismo basadas en principios no capitalistas, o que incluso apuntan a una transformación gradual de la economía hacia formas de producción, intercambio y consumo no capitalistas.
Cualquier análisis que, como el nuestro, intente subrayar y evaluar el potencial emancipatorio de las propuestas y experimentos económicos no capitalistas que se vienen haciendo alrededor del mundo debe tener en cuenta que, dado su carácter anti-sistémico, dichos experimentos y propuestas son frágiles e incipientes. Por esta razón, analizamos las alternativas desde una perspectiva que puede ser llamada “hermenéutica del surgimiento” (Santos, 2001), esto es, un punto de vista que interpreta en forma expansiva la forma como organizaciones, movimientos y comunidades se resisten a la hegemonía del capitalismo y se embarcan en alternativas económicas fundadas en principios no capitalistas. Esta perspectiva amplifica y desarrolla los rasgos emancipatorios de dichas alternativas para hacerlas más visibles y creíbles. Esto no implica que la hermenéutica del surgimiento renuncie al análisis riguroso y a la crítica de las alternativas analizadas. El análisis y la crítica, sin embargo, buscan fortalecer las alternativas, no minar su potencial.
Antes de adentrarnos en el análisis de las iniciativas y propuestas concretas, es necesario precisar los términos utilizados generalmente en las discusiones sobre estos temas. A falta de un mejor término, las prácticas y teorías que desafían el capitalismo son calificadas con frecuencia como “alternativas”. En este sentido, se habla de una globalización alternativa, de economías alternativas, de desarrollo alternativo, etcétera. Existen razones para cuestionar la conveniencia política y teórica de este adjetivo en cuanto calificar algo de alternativo es ceder de entrada el terreno a lo que se quiere oponer, que reafirma así su carácter hegemónico. Sin embargo, creemos que, antes que un cambio de lenguaje, lo que se requiere al comienzo de una indagación que busca teorizar y hacer visible el espectro de alternativas es formular la pregunta obvia: ¿alternativo frente a qué? En otras palabras, ¿cuáles son los valores y prácticas capitalistas que dichas alternativas critican y buscan superar? A pesar de la amplitud de esta pregunta que, de hecho, apunta a uno de los temas centrales de las ciencias sociales, esto es, la caracterización del capitalismo como fenómeno económico y social, una respuesta por lo menos somera es necesaria para clarificar el sentido del resto de nuestra exposición.
Las líneas de pensamiento crítico aludimos subraya tradicionalmente tres rasgos negativos de las economías capitalistas. 1) El capitalismo produce sistemáticamente desigualdades de recursos y poder. En la tradición marxista, el efecto que figura en el centro de las críticas es la desigualdad económica y de poder entre clases sociales. La separación entre capital y trabajo, y la apropiación privada de las utilidades actúan como motores de producción de ingresos desiguales y de relaciones sociales marcadas por la subordinación del trabajo al capital. Las mismas condiciones que hacen posibles la acumulación generan desigualdades dramáticas entre clases sociales al interior de cada país y entre países alrededor del sistema mundial. La tradición feminista, entre tanto, concentra sus críticas en la forma como las diferencias de clase refuerzan las diferencias de género y, por tanto, en la forma como el capitalismo contribuye a la reproducción de la sociedad patriarcal. Así mismo, las teorías críticas de la raza subrayan la forma como la opresión entre razas y la explotación económica se alimentan mutuamente.
2) Las relaciones de competencia requeridas por el mercado capitalista producen formas de sociabilidad empobrecidas, basadas en el provecho personal antes que en la solidaridad. En el mercado, el motivo inmediato para producir y para interactuar con otras personas es “una mezcla de codicia y miedo… Codicia, en tanto las otras personas son vistas como fuentes posibles de enriquecimiento, y miedo en tanto ellas son vistas como amenazas. Estas son formas horribles de ver a los demás, independientemente de que ya estemos acostumbrados a ellas como resultado de siglos de capitalismo” (Cohen, 1994: 9). Esta reducción de la sociabilidad al intercambio y al provecho personal está en el centro del concepto de alienación en Marx y ha inspirado críticas y propuestas contemporáneas que buscan expandir las esferas en las que el intercambio esté basado en la reciprocidad antes que en el provecho monetario, como las economías populares estudiadas por Quijano (1998) en América Latina, o disminuir la dependencia de las personas en relación con el trabajo asalariado, de tal forma que no sea necesario “perder la vida para ganarse la vida” (Gorz, 1997).
3) La explotación creciente de los recursos naturales alrededor del globo pone en peligro las condiciones físicas de vida sobre la tierra. Como lo han puesto de presente las teorías y movimientos ecologistas, el nivel y el tipo de producción y consumo requeridos por el capitalismo son insostenibles (Daly, 1996; Douthwaite, 1999). El capitalismo, así, tiende a minar los recursos naturales que permiten su propia reproducción (O’Connor, 1988). Contra el prospecto de la destrucción de la naturaleza, los movimientos ecologistas han propuesto una amplia variedad de alternativas, que van desde la imposición de límites al desarrollo capitalista hasta el rechazo de la idea misma de desarrollo económico y la adopción de estrategias anti-desarrollistas, basadas en la subsistencia y el respeto a la naturaleza y a la producción tradicional (Dietrich, 1996).
Por supuesto, en la práctica las críticas y las alternativas formuladas en vista de estos rasgos del capitalismo tienden a combinar más de una de las líneas mencionadas. Por ejemplo, el eco-feminismo promovido por los movimientos de mujeres en India articula la crítica y la lucha contra el patriarcado con la preservación del medio ambiente (Shiva y Mies, 1993). De forma similar, el cooperativismo busca no sólo la remuneración igualitaria de los trabajadores-dueños de las empresas cooperativas, sino también la generación de formas de sociabilidad solidarias basadas en el trabajo colaborativo y la participación democrática en la toma de decisiones de las empresas. Igualmente, propuestas tales como la creación de un ingreso mínimo universal acompañado de la disminución de la jornada laboral buscan no sólo establecer un nivel de bienestar material básico sino también liberar tiempo para el desarrollo de sociabilidades y habilidades diferentes a las requeridas por el mercado (Van Parijs, 1992).
El mapa de iniciativas y visiones económicas alternativas es muy variado. Ellos incluyen desde organizaciones económicas populares constituidas por los sectores más marginados en la periferia hasta cooperativas prósperas en el centro del sistema mundial. Sin embargo, al criticar e intentar superar en mayor o menor medida los rasgos del capitalismo señalados anteriormente, todos estos tipos de experiencias tienen en común el hecho que, si bien no buscan reemplazar el capitalismo de un solo tajo, sí intentan (con éxito dispar) hacer más incómoda su reproducción y hegemonía. Para esto, los múltiples tipos de iniciativas que incluimos en nuestro mapa crean espacios económicos en los que predominan los principios de igualdad, solidaridad o respeto a la naturaleza.
En virtud del primero, los frutos del trabajo son apropiados de manera equitativa por sus productores y el proceso de producción implica participación en la toma de decisiones entre iguales, como en las cooperativas de trabajadores. En virtud del principio de solidaridad, lo que una persona recibe depende de sus necesidades, y lo que aporta depende de sus capacidades. Así funcionan, por ejemplo, los sistemas progresivos de tributación y transferencias, cuyo establecimiento o defensa en el contexto de la globalización neoliberal constituye una propuesta alternativa al consenso económico hegemónico. En este principio están inspirados igualmente el movimiento de fair trade (comercio justo), mediante el cual el precio pagado por los consumidores de un producto en el Norte contribuye efectivamente a la remuneración justa de quienes lo producen en el Sur. En virtud de la protección al medio ambiente, la escala y el proceso de producción se ajustan a imperativos ecológicos, incluso cuando estos van en detrimento del crecimiento económico.
La escala de las iniciativas es igualmente variada. Las alternativas comprenden desde pequeñas unidades de producción locales como las cooperativas de trabajadores en barrios marginales en la periferia del sistema mundial hasta propuestas de coordinación macro-económica y jurídica globales que garanticen el respeto de derechos laborales y ambientales mínimos alrededor del mundo, pasando por intentos de construcción de economías regionales basadas en principios de cooperación y solidaridad.
En vista de semejante diversidad, las alternativas existentes varían mucho en su relación con el sistema capitalista. Mientras que unas (v.gr. las cooperativas) son compatibles con un sistema de mercado e incluso con el predominio de las empresas capitalistas, otras (v.gr., las propuestas ecológicas anti-desarrollistas) implican una transformación radical o incluso el abandono de la producción capitalista. Sin embargo, al estudiar estas iniciativas creemos que es importante resistir la tentación de aceptarlas o rechazarlas con un criterio simplista que mira exclusivamente si ellas ofrecen alternativas radicales frente al capitalismo, por dos razones distintas.
Por una parte, este criterio simple de (des)calificación encarna una forma de fundamentalismo de lo alternativo que puede cerrar las puertas a propuestas que, si bien surgen en medio del capitalismo, abren las puertas a transformaciones graduales en direcciones no capitalistas y crean enclaves de solidaridad en el seno del capitalismo.
Más allá de la vieja dicotomía entre reforma y revolución, de lo que se trata, como lo afirma Gorz (1997) es de implementar reformas revolucionarias, esto es, de emprender reformas e iniciativas que surjan dentro del sistema capitalista en que vivimos pero faciliten y le den credibilidad a formas de organización económica y de sociabilidad no capitalistas. Por otra parte, semejante criterio estricto de evaluación de las alternativas implica en últimas una hermenéutica del escepticismo, no del surgimiento, que termina por rechazar todo tipo de experimentación social, por estar contaminado por el sistema dominante. Dado que ninguna de las propuestas viables representa una alternativa sistémica al capitalismo (esto es, una alternativa de organización micro y macro-económica comprehensiva basada exclusivamente en valores de solidaridad, igualdad y protección del medio ambiente), las alternativas con las que contamos tienen relaciones directas o indirectas con los mercados locales, nacionales e incluso internacionales. En otras palabras, dado que sabemos cómo hacer funcionar una economía basada en el interés individual (esto es, basada en el mercado) pero no hemos aprendido cómo hacer funcionar una economía fundada en la generosidad (Cohen,1994), las iniciativas no representan nuevos modos de producción que reemplacen al capitalista.
Esto no les resta, sin embargo, relevancia ni potencial emancipador. Al encarnar valores y formas organizativas opuestas a los del capitalismo, las alternativas económicas generan dos efectos con alto contenido emancipador. En primer lugar, en el nivel individual implican con frecuencia cambios fundamentales en las condiciones de vida de sus actores. En segundo lugar, en el nivel societal la difusión de experiencias exitosas implica la ampliación de los campos sociales en los que operan valores y formas de organización no capitalistas. Vistas desde la perspectiva de una hermenéutica del surgimiento, estas experiencias guardan de hecho la promesa de transformaciones de escala mayor en la dirección de formas de sociabilidad y organización económica no capitalistas.
Bibliografía
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Daly, G. (1996), “Sustainable Growth? No Thank You.” en J. Mander y E. Goldsmith (eds.), The Case Against the Global Economy. San Francisco, Sierra Club Books: 192-196.
Dietrich, G. (1996), “Alternative Knowledge Systems and Women’s Empowerment”, N. Rao, L. Rurup e R. Sudarshan (orgs.), Sites of Change. The Structural Context for Empowering Women in India. New Delhi: Friedich Ebert Stiftung & United Nations Development Program, 335-363. Douthwaite, R. (1999), “Is it possible to Build a Sustainable World?” en R. Munck y D. O’Hearn (eds.), Critical Development Theory: Contributions to a New Paradigm. New York, Zed Books: 157-177.
Gorz, A. (1997), Miseres du présent. Richesse du possible. París, Editions Galilée. Hodgson, G. (1999), Economics & Utopia. New York, Routledge.
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Polanyi, K. (1957), The Great Transformation. Boston, Beacon Press.
Quijano, A. (1998), La economía popular y sus caminos en América Latina. Lima, Mosca Azul Editores.
Santos, B. (2000), A critica da razão indolente. Contra o desperdício da experiencia. Porto, Edicoes Afrontamento. (2001), “Can Law be Emancipatory?”. Artículo presentado en la Conferencia de Law & Society Association. Budapest, julio 2001.
Shiva, V. y M. Mies (1993), Ecofeminism. London, Zed Books.
Van Parijs, P. (ed.) (1992), Arguing for Basic Income. London, Verso.
Wallerstein, I. (1979), The Capitalist World-Economy. Cambridge, Cambridge University Press. Wright, E. (1998), “Introduction” en Erik Wright (ed), Recasting Egalitarianism. Londres, Verso: xi- xiii
* Extraído del capítulo introductorio de Boaventura de Sousa Santos (Org.), Produzir para viver. Os caminhos de produção não capitalista, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro, 2002, con permiso de los autores (traducción facilitada por Boaventura de Sousa Santos). www.socioego.org
** Boaventura de S. Santos: Doctor en Sociología del Derecho. César Rodríguez: Abogado de la Universidad de los Andes.
1 Véase, el documento titulado “Una alternativa latinoamericana”, producido por un grupo de políticos latinoamericanos convocado por Unger y Castañeda (entre los que se encuentran los presidentes de Chile, Ricardo Lagos, y México, Vicente Fox) en Buenos Aires en noviembre de 1997 ( http://www.robertounger.com/alternative.htm ).
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